Es inevitable suponer que un cúmulo de desaciertos, más temprano que tarde te llevará a un inevitable fracaso.
Quien no quiera ver que cierre los ojos dicen, y probablemente esta es la actitud y decisión tomada de quien a esta altura de la crisis aún se empecina de defender lo indefendible, de justificar lo injustificable y de negar deliberadamente que estamos atravesando la peor de las crisis como Estado.
Y sí, lamentablemente es así. Y es que, si antes teníamos delincuencia, inseguridad, falta de empleo, corrupción generalizada y otros males; ahora tenemos lo mismo pero sin luz y a veces sin agua y los medios ya no te lo cuentan, porque han normalizado el desastre.
Es una situación terrible para muchos e insostenible para otros. Hemos llegado al colapso de la sociedad, en la cual ni siquiera los servicios básicos, la seguridad ni la vida se ha podido garantizar.
Y si bien los factores exógenos a este gobierno han sido identificados como los causantes, la justificación queda debiendo y ahora pierde credibilidad.
Y es que no puedes apuntar a la coyuntura, o a la oposición de causarte daño constante, el argumento se agotó. No son los actores políticos o menos la naturaleza la responsable de todo mal, y menos aún es la gente o el pueblo que sale a protestar con indignación.
Es la nula planificación frente a lo evidente, la falta de experiencia del mandante, y sobre todo la desconexión de la realidad de quien nos gobierna, quien no ha sabido estar a la altura de las circunstancias en ninguna de las crisis.
Y quien, mientras se vanagloria en opulencia y presume aventuras y cualidades, que probablemente son efecto de traumas y complejos del pasado, permanece en una burbuja distractora, en la que él mismo se ha perdido hace rato.
Resumido en una frase: “Tiempos difíciles crean hombres valientes; hombres valientes crean tiempos fáciles; tiempos fáciles crean hombres cobardes; y hombres cobardes crean tiempos difíciles”.
Jorge Ochoa A.