Es muy común en las tertulias de trabajo, familia, hijos y cónyuge escuchar que tenemos que ser asertivos, pero realmente conocemos lo qué significa el término, la respuesta es que en la mayoría de casos estamos errados, pues confundimos con prever las cosas, anticiparse a un evento o acto que nos traerá problemas. Existen parejas que se consideran asertivos por que se expresan con mucho énfasis, haciendo prevalecer sus ideas y argumentos de manera convincente, que no admite discusión; sin embargo, esto no es asertividad, ya que existe intensión de sometimiento o manipulación de la situación a su pareja. La asertividad debe manifestarse serena, decidida y ecuánimemente, sin vulnerar los derechos del cónyuge.
En este contexto, se puede decir que la asertividad es la forma de hacer valer los propios derechos respetando los derechos de mi pareja, sin apasionamientos o gritos, pues la razón no exige fuerza; dicho de otra forma, mis derechos terminan donde empiezan los derechos de mis señora esposa; y, los de ella terminan donde empiezan los míos, este acto implica que se debe mantener las ideas, posicionamientos, reclamos incluso, siempre y cuando estos estén justificados, con un tono y timbre de voz sereno, tranquilo y seguro, jamás airado.
Lamentablemente, las posturas agresivas y pasivas son más comunes de lo que uno se puede imaginar, hay que romper con esos estereotipos arcaicos del machismo que vulnera los derechos de igualdad, equidad y paridad en la relación y que sigue construyéndose un círculo reactivo negativo que los hijos imitarán y aplicarán cuando llegue el momento de forma agresiva, dejando que fluya la ira y surja ese ser reactivo que puede injuriar y atropellar a la pareja, hijos, familia, compañeros de trabajo, humillándolos sin razón, pero sus relaciones irán camino a la disolución. Recuerden es su decisión ser felices.
Francisco Herrera Burgos
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