“Al antiguo vergel de Cusibamba”

Amadores impenitentes de la porción de tierra donde nacimos y nostálgicos eternos del terruño cuando con valentía se asume el éxodo que es tan nuestro. Desde aquí se quiere diferente a la ciudad madre, y desde fuera, se quiere más y mejor las orillas que ya solo arrullan en el recuerdo. Los lojanos son tan buenos lojanos, que cuando salen llevan a la ciudad a todas partes, y fundan nuevos espacios, fundan nuevas ciudades, y miran en todo río al río Malacatos.

Somos fraternos inigualables fuera de las murallas andinas que nos guardan, pero también hay ácidos contendores y malquerientes cuando en las mismas veredas de la misma ciudad se comparten. Fuera de Loja sin conocerse nace el reconocimiento grato de saberse hermanos, aunque no hayan sido amigos.

Hace 200 años supimos unirnos al concierto libertario que se fraguó en Guayaquil y Cuenca, y tal como cuentan las crónicas, al grupo que salió de San Sebastián para gritar la independencia lo acompañaban los niños -la alegría de la República los llamaba Montalvo- con tambores y pitos, sabiendo que está es la ciudad donde todo canta.

El chazo lojano, intrépido y rebelde, querendón y desprendido, trabajador pero nunca obsecuente, ha sabido mantenerse en las grutas del corazón nuestro, y es por eso, que nos irritamos cuando nos ofenden, que nos levantamos cuando nos quitan el pan y los sueños, y que salimos todos los días a encontrar “el continuo adelanto”.

Nos acontecen los vicios del mundo, y fraguamos las virtudes de él.

Sin quererla perfecta, la queremos siempre mejor.

¡Viva Loja!