En un país donde las noticias se tiñen cada día más de sangre, donde la violencia ha dejado de ser una excepción para convertirse en parte del paisaje cotidiano, llega el Viernes Santo. Y no es casual. Este día, para millones, representa el sufrimiento de un inocente, la injusticia de un juicio manipulado, la traición de los más cercanos y, finalmente, el sacrificio más alto en nombre de una humanidad extraviada. En Ecuador, vivimos nuestro propio calvario. La corrupción, como Judas, ha vendido nuestra dignidad por unas pocas monedas. La impunidad ha soltado a los Barrabás de nuestro tiempo, mientras la justicia cegada, comprada o acobardada condena a los que menos tienen, a los que luchan, a los que se niegan a ser cómplices del caos. Hoy, más que recordar un evento religioso, el Viernes Santo se convierte en espejo. ¿A quién estamos crucificando como sociedad? ¿A la madre que lucha por alimentar a sus hijos con un salario miserable? ¿Al joven que cae en las garras del crimen porque nunca tuvo otra opción? ¿A la verdad, silenciada por conveniencia? Y en este vía crucis nacional, donde muchos se han acostumbrado al dolor y otros caminan cabizbajos hacia su Gólgota personal, el mensaje más poderoso sigue siendo el que dejó Jesús: perdona, ama, levántate. El mensaje no termina en la cruz. El mensaje, verdaderamente transformador, está en la resurrección. Necesitamos resucitar como sociedad. Resucitar la confianza, la empatía, la honestidad. Volver a creer que el bien puede prevalecer, que la verdad tiene peso, que no todo está perdido. Resucitar, incluso, la capacidad de indignarnos sin violencia, de actuar sin odio, de exigir sin destruir. No podemos cambiar al país de un día para otro, pero sí podemos comenzar por nosotros mismos. Este Viernes Santo, dejemos que algo muera dentro de nosotros: el egoísmo, la indiferencia, la costumbre de mirar hacia otro lado. Y permitamos que nazca algo nuevo: la compasión, la valentía, la integridad. No necesitamos más mártires. Necesitamos ciudadanos decididos a ser mejores, a construir un Ecuador donde la esperanza no sea una ilusión, sino un derecho real.
Marco A. González N.
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