Si observamos a la retórica como una disciplina, está obra por la construcción de un discurso persuasivo eficaz, se podría decir, que es el arte de convencer con el uso de la palabra.
Para muchos estudios, como: Sócrates, Aristóteles o Plantón y rétores como Quintanilla o Cicerón, el propósito de esta es convencer al público sobre una idea, para que el mismo se oriente hacia esa preferencia.
Por su parte, la demagogia es el arte de emplear los halagos y las falsas promesas en el discurso popular, a sabiendas que las mismas no se cumplirán, con el objetivo de convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de los intereses de la propia ambición política.
Es decir, la retórica y la demagogia comparten el mismo principio, convencer a la masa, los medios empleados son lo que diferencian a la una de la otra. La retórica se fundamenta en los verosímil, es decir emplea el razonamiento para demostrar aquello que la masa cree posible, por lo tanto, quien emite el discurso se fundamenta en la lógica del sentido común.
Desgraciadamente, la demagogia es una práctica habitual del político, el cual se vale de los sentimientos, necesidades e ignorancia de la gente para conseguir el apoyo de esta, a través de la retórica.
El político emplea la demagogia para estimular las pasiones, avideces o generar el miedo colectivo. Es así que la demagogia es el instrumento que emplean los seres viscerales, para lograr conseguir poder.
Ya lo dice Gallegos, Alfredo (2019), “el protagonismo para los políticos es esencial, retribuye su ego (…). No importan el escándalo, la mentira, el abuso de atribuciones o el saqueo de los fondos públicos” (…). Mientras satisfaga sus oscuras ambiciones.
Esa es la clase de políticos que deambulan por los salones de las endebles democracias latinoamericanas.
Pablo Ortiz Muñoz
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