Se ha construido una tormenta político-social perfecta en nuestro país. La astucia de quienes manejan la política, respaldados por un pueblo que les cree, no ha priorizado el desarrollo. En una economía dolarizada y en rojo, la supervivencia es el desafío diario. ¿Hasta cuándo permitiremos esto? Pareciera que se avecina otra era de populismo, mentiras y discursos vacíos, dirigidos a masas empobrecidas que anhelan un futuro mejor. Las promesas, una y otra vez, se diluyen en la retórica.
La polarización es el reflejo de una sociedad fracturada, confrontativa, donde el fanatismo nubla la razón. Cada bando defiende con fervor su visión, sin espacio para el diálogo. Las redes sociales se han convertido en campo de batalla: imágenes y videos distorsionados alimentan la guerra mediática, desviando la atención de los verdaderos problemas. Mientras tanto, los males estructurales persisten.
La delincuencia nos devora, la pobreza y el desempleo crecen sin control, los servicios públicos colapsan por la iliquidez y el déficit. El Estado con sus funciones, en lugar de ser solución, se enreda en disputas mezquinas y personalismos. En este escenario, solo queda esperar que el próximo mandatario actúe con ética y visión en un contexto de fortalecimiento de la política pública social, de inversión y de relaciones comerciales internacionales que permita fortalecer nuestra economía siempre respaldado en las decisiones democráticas del pueblo. Mientras tanto, debemos mantener la crítica firme ante los errores y exigir decisiones que prioricen al pueblo en todas sus latitudes, no a intereses particulares. La esperanza sigue viva, pero el tiempo apremia.
Paul Cueva Luzuriaga