La vida uniforme es un contrasentido

El mundo de la hiperconexión implica no solamente la anulación de las barreras materiales y espaciales que dividían a la humanidad; nos han juntado a todos. La globalización es, sobre todo de formas de vida, es decir, se pretende una igualación en los formatos de existencia, de consumo, de gustos, de pensamientos.

Para nadie es un secreto que hoy vivimos una versión americana de la vida moderna: el prototipo que todos pretenden existir es la del reino de la comodidad, la posibilidad de habitar un gran espacio donde todo tenga un precio, y todo pueda ser consumido a costa de cualquier precio. Ya la vida pasa a estar dispuesta en los ritmos vertiginosos de las grandes transnacionales que van modificando la comida y las formas de alimentación, la vestimenta y la forma de cubrirnos, las ideas y su modo de procesar las diferencias. Lo humano, en esas modalidades, solo es un recurso útil para la reproducción del dinero, no de la vida.

La vida ha dejado de ser entonces, una interacción directa de los sentidos socialmente constituidos con el mundo circundante, sino que ha pasado a ser una vida mediada por segundas naturalezas que condicionan la experiencia vital: la tecnología, el internet, las redes, la cibernética.

Frente a todo ello, hace falta desenmascarar los motivos ocultos, las razones no expresadas, no siempre puestas a la luz. Hace falta provocar reflexiones desde la gente, desde su racionalidad propia, desde sus urgencias. Hace falta una revisión profunda del tipo de sociedad al que nos empujan determinadas fuerzas políticas.

Pablo Vivanco Ordóñez

pablojvivanco@gmail.com