En el bullicio del mundo moderno nos hemos convertido en hijos de un mundo distraído. Un mundo que, lamentablemente, ha olvidado la magia que encierra la sonrisa de un niño. Hoy, en lugar de cuentos de hadas, les entregamos dispositivos electrónicos, y en lugar de invitarles a dibujar el arcoíris, les compramos tablets para mantenerlos entretenidos.
Nos hemos alejado de la simplicidad de jugar con una pelota, de correr descalzos por los prados, o de volar una cometa en las lomas de nuestra bella ciudad.
Ahora somos hijos del iPhone, del smartphone, de las tablets. Estamos obsesionados con saber qué ocurre en la otra punta del mundo, sin prestar atención a quienes tenemos cerca.
Vivimos en un mundo lleno de tecnología, pero carente de verdaderas conexiones humanas. Decimos «buenos días» a través de pantallas, compartimos fotografías de nuestro café en redes sociales, pero olvidamos disfrutarlo mientras aún está caliente.
Este mundo distraído ha olvidado lo más esencial: cómo hacer sonreír a un niño. Hemos permitido que la tecnología reemplace la calidez de nuestras interacciones. Es necesario que recordemos la importancia de las pequeñas cosas, de esas que no pueden ser sustituidas por ningún dispositivo. Que aprendamos nuevamente a reír, a jugar, a conectarnos verdaderamente con quienes nos rodean.
En este mundo de distracciones, urge que encontremos el equilibrio entre la tecnología y la humanidad, para que no perdamos lo más valioso: la capacidad de hacer sonreír a un niño y a nosotros recordando que todos somos también niños y que nunca dejamos de ser niños y nos tenemos que volver a conectar.
Silvia Enith Pasaca Rivera.
silviapasaca@gmail.com