‘Gane quien gane, tengo que trabajar, los políticos no me mantienen’

Esta frase, tan común en boca de muchos, encapsula una apatía ciudadana que va más allá de la simple indiferencia. Refleja un profundo desinterés por la política y por las decisiones que moldean nuestras vidas en comunidad.

La idea de que la política es un asunto ajeno, que no nos concierne directamente, es un espejismo peligroso. Cada ley, cada política pública, cada elección tiene un impacto tangible en nuestras vidas diarias. Desde la calidad de los servicios públicos hasta el costo de la vida, pasando por las oportunidades de desarrollo personal y colectivo, todo está intrínsecamente ligado a las decisiones que tomamos como sociedad.

Cuando permitimos que la desidia guíe nuestras acciones, estamos renunciando a nuestra capacidad de influir en el rumbo de nuestro país. Estamos permitiendo que otros decidan por nosotros, sin tener en cuenta nuestras necesidades ni nuestros intereses. Y, lo que es peor, estamos condenando a las futuras generaciones a heredar los problemas que nosotros hemos sido incapaces de resolver.

Las consecuencias de esta apatía ciudadana son palpables en nuestro país. El desempleo galopante, los constantes cortes de energía, la escalada de la delincuencia, la corrupción endémica y la falta de obras públicas son síntomas claros de un sistema político debilitado por la desidia. Cuando la ciudadanía no exige a sus gobernantes, estos se sienten con la libertad de actuar en beneficio propio, en lugar de atender las necesidades de la población. La indiferencia ante la política ha generado un vacío de poder que ha sido aprovechado por aquellos que buscan enriquecerse a costa del bienestar común.

El tiempo siempre cobra sus facturas. La desidia, aparentemente inocua, se convierte en un interés perverso que mina las bases de nuestra democracia. La falta de participación ciudadana facilita la corrupción, la ineficiencia y la desigualdad. Y cuando las cosas se ponen difíciles, cuando los problemas se agudizan, somos los primeros en lamentarnos y a reclamar soluciones mágicas.

Es hora de despertar de esta apatía colectiva. Es hora de reconocer que la política no es un juego para unos pocos, sino un asunto que nos involucra a todos. Es hora de exigir a nuestros representantes que trabajen por el bien común y de participar activamente en la construcción de un futuro mejor.

Mauricio Azanza O.

maoshas@gmail.com

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