Finalizan las clases en virtualidad

Lo que parecía iba a durar días o semanas, se convirtió en el quimestre de un año lectivo; y en todo el periodo escolar 2020-2021. Como en otros sectores, este nuevo escenario para el magisterio ecuatoriano ha constituido un enorme reto, frente a posibles beneficios y problemáticas que se han ido presentando. Es innegable el compromiso de algunos padres de familia por apoyar a sus hijos; la posibilidad de superar limitaciones del tiempo y espacio; la amplitud en el aprendizaje y la “cultura computacional” que se ha incrementado satisfactoriamente; el fomentar un desarrollo del pensamiento creativo, etc. Pero por otro lado, hemos sido testigos de la presencia de brechas educativas preocupantes frente a las realidades sociales y afectivas de los educandos; y como no mencionar que no se ha podido alcanzar el nivel de aprendizajes que todos anhelábamos, pero sobre todo no se ha conseguido el apego emocional que normalmente en la presencialidad se crea entre el docente, los estudiantes, o entre los compañeros del salón de clases.  En tiempo record esta adaptación de contenidos a la educación a distancia se ha convertido en nuestra realidad que quizá con la semipresencialidad, y la experiencia generada, vislumbre nuevos horizontes. Ahora el dilema está en la flexibilidad respecto a tareas, evaluaciones, asistencias, ya que si bien, muchos estudiantes no cuentan con un ordenador para toda la familia o sus equipos informáticos no han sido los más adecuados. También existen quienes con todos los implementos, simplemente han decidido no asistir, no cumplir tareas y apagar sus cámaras. Invito como padres de familia, docentes, estudiantes, realicemos un examen de conciencia del año escolar que finaliza, ¿Cuán productivo y profundo ha sido respecto a las expectativas que nos hemos planteado? ¿Qué se ha logrado?, ¿Qué nos ha faltado concluir? ¿Qué nos proyectaremos para el próximo período escolar, desde nuestro entorno?

Lucía Margarita Figueroa Robles

sumaguarmi@gmail.com