El término justica social inicialmente tenía buenas intenciones, fue acuñado en 1840 por el sacerdote siciliano Luigi Taparelli en su obra “justicia social y subsidiaridad”, donde establece la hipótesis de una sociedad establecida bajo un orden social generado por la aptitud y obligación del hombre para la vida en comunidad.
Luego el término gustó mucho en las élites académicas al punto que hasta la actualidad es enarbolada como justificación e incluso como fin para todo aquello que sus mentes privilegiadas diseñen y planifiquen en beneficio de las masas empobrecidas a manos del inmisericorde mercado y sus adeptos, que ven en el capital un capricho enfermizo que los vuelve tan lejanos de la bondad, la ilustración y la justicia.
Pero los “académicos” latinoamericanos olvidan que el mercado premia a quienes mejor satisfacen los requerimientos y necesidades de los consumidores. Ya vimos con vergüenza ajena los logros de Stalin, Mao y Castro bajo el lema marxista “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad” (Carlos Ball).
Nuestros “justicieros sociales” también olvidan que la riqueza no existe, esta debe ser creada, la que existe es la pobreza y esta debe ser combatida y no exaltada, pero mientras nuestros “cientistas” continúen vanamente buscando las causas de la pobreza, Latinoamérica no tendrá salida, pues la pobreza es incausada, es decir, no tiene causa, ya que es el estado natural de las personas y de las sociedades, así lo dice toda la evidencia empírica.
La cultura Latinoamericana es básicamente anticapitalista, la gente ha sido convencida por políticos lenguaraces, de que el capitalismo produce desigualdad, asumiendo ellos, que las personas necesariamente queremos ser iguales o estar iguales, cuando lo que en realidad necesitamos en nuestros países es estar mejor, no igual, porque uno puede estar igual en la inmundicia, es decir; todos miserables, para muestra basta un botón, aunque en el caso de Latinoamérica sobran los botones de muestra.
Fredy Cueva Castillo
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