El que no conoce la historia está condenado a repetirla

La advertencia de George Santayana —“aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”— resuena con inquietante vigencia en la política ecuatoriana. En 1995, durante la segunda vuelta entre Abdalá Bucaram y Jaime Nebot, León Febres Cordero, líder del Partido Social Cristiano y alcalde de Guayaquil, lanzó un desatinado comentario que marcó un precedente oscuro:  “El lumpen, prostitutas, marihuaneros y ladrones votaron por Bucaram”. Esta frase no solo polarizó al país, sino que sembró un discurso de estigmatización que degradó el debate democrático. Bucaram ganó, pero su breve y caótico gobierno demostró que la descalificación masiva del electorado, lejos de construir soluciones, alimenta crisis. 

Hoy, casi tres décadas después, la contienda entre Daniel Noboa y Luisa González revive este fantasma. Los seguidores de González son tildados de delincuentes, aliados del narco, entre otras distribas por sectores opuestos, replicando el mismo manual de división. Este reduccionismo, que equipara preferencias políticas con conductas ilícitas, ignora la complejidad de un electorado diverso y desvía la atención de propuestas concretas. La historia muestra que demonizar al contrario no gana elecciones limpias, pero sí erosiona la confianza en las instituciones y normaliza la confrontación como herramienta política. 

El paralelo entre 1995 y 2023 es aleccionador. En ambos casos, la retórica del miedo y la deshumanización del adversario buscaron movilizar bases, pero su legado fue la fractura social. Febres Cordero, pese a su influencia, no evitó el triunfo de su rival; solo dejó un país más dividido. Hoy, el riesgo es idéntico: convertir la democracia en un campo de batalla donde el enemigo no es una ideología, sino el vecino.  La lección es clara: la historia no juzga a quienes compiten, sino a quienes siembran odio. Ecuador necesita líderes que unifiquen, no profetas del apocalipsis partidista. Los votantes, por su parte, deben recordar que cuando se criminaliza al otro, se debilita el sistema que nos protege a todos. El verdadero progreso no nace de la descalificación, sino de la elección de un plan de trabajo con las mejores propuestas para todos y del diálogo respetuoso con el pasado como guía.

Jorge Abad

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