Se dice que más importante es lo que informas, que lo que haces. Y estamos en el momento exacto en el que la producción y difusión de información se toma todos los espacios de la propagación mediática.
Las redes sociales han logrado copar todos los rincones de la sociedad, incluso aquellos tan insondables de los que no se tendría registro de no ser por estas tecnologías. Sin embargo, al mismo tiempo una guerra de narrativas se impone sobre la verdad comprobable.
En época de campañas, pocos son quienes contrastan y verifican la información recibida. Detenerte a cuestionar si la dolarización está en riesgo, o si el narcotráfico en verdad infiltra la política, o si los negociados familiares en la administración pública en verdad devastan las arcas del erario nacional, son temas que poco o nada interesan al receptor.
La valoración es más tacita y simple y se explica de la siguiente manera: Yo Como receptor, ya he aprendido a valorar lo bueno de lo malo, lo legal de lo ilegal y lo correcto de lo infausto. Ahora solo necesito que la información que consumo confirme lo que yo ya se.
Es decir, no importa la veracidad de la información, solamente necesito que sea una noticia de mi grado para compartirá caso contrario deslizo y paso.
Por ello, posicionar una idea falsa o sin comprobarla, y promocionarla hasta el punto de hacerla una verdad colectiva es el inicio de una sociedad en decadencia. Más aún si sobre esto construyes un gobierno y la política de ese Estado.
El resultado es consolidar un opulento gobierno de mentiras, y mantener a un pueblo diezmado sumiso y desinformado, donde gobernar sea más sencillo. Sin considerar que un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción.
Jorge Ochoa Astudillo
jorge8astudillo@gmail.com