La fábula del pastorcito mentiroso, que al principio se divierte al hacer sonar falsas alarmas para los aldeanos y, luego, cuando el lobo realmente aparece, nadie le cree, es un relato atemporal que refleja los peligros de la deshonestidad y la pérdida de credibilidad. Al trasladar esta fábula al ámbito político actual, especialmente en relación con la crisis energética, encontramos sorprendentes paralelismos con las situaciones que enfrenta este gobierno cuando la confianza de los ciudadanos se desvanece.
El discurso contradictorio del gobierno sobre la crisis energética se asemeja a los falsos llamados de alarma del pastorcito. Cuando un gobierno emite mensajes incoherentes o promueve políticas contradictorias, los ciudadanos pierden la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso. Al igual que los aldeanos que dejaron de creer en el pastorcito, los ciudadanos pierden la fe en un gobierno que cambia constantemente su discurso.
La falta de empatía del presidente hacia las necesidades y sufrimientos de la población se compara con la indiferencia del pastorcito ante el miedo de los aldeanos. Cuando un presidente parece desconectado de la realidad de sus ciudadanos, sin comprender sus necesidades o preocuparse por su bienestar, la brecha entre gobernantes y gobernados se agranda.
La fábula del pastorcito mentiroso nos deja una lección clara: la mentira, una vez descubierta, socava la confianza. En política, esta confianza es la base de la democracia. Cuando nuestros gobernantes mienten, manipulan o engañan, están debilitando los pilares de nuestra sociedad.
Como ciudadanos, tenemos el poder de exigir un gobierno honesto, transparente y responsable. Debemos ser críticos, no crédulos. No podemos permitir que la demagogia, el odio y el populismo nublen nuestro juicio. Es fundamental exigir transparencia, veracidad y cumplimiento de las promesas. No debemos permitir que la deshonestidad y la falta de compromiso se conviertan en la norma.
Mauricio Azanza O.
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