¿Quién no ha pasado pensando una gran parte del día en el artículo que vio en vitrinas de su tienda favorita que tanto deseaba, o en el que la “influencer” de moda recomendó, o en ese producto de TV que promete cambiarte la vida? Bueno, yo sí.
Pasamos horas pensando en lo mejor que fuera nuestras vidas, si tan solo tuviéramos esa dosis fugaz de dopamina que genera el comprar, bien sean cosas grandes o pequeñas lo justificamos con la típica frase, vida solo hay una o para algo trabajo, sin entender que la satisfacción de esta compra es efímera e incluso puede durar solo unos segundos.
Las consecuencias del consumo impulsivo eventualmente llevan a las personas a situaciones incómodas, arrepentimientos y deudas agobiantes. Pero no solo es la persona quien se ve afectada, el medio ambiente es el que paga la cuota más cara, debemos ser conscientes que tras cualquier compra existe una cadena de producción que genera una huella ambiental, ecológica e hídrica, en otras palabras, se desperdicia agua, recursos naturales, energía, y en casos extremos pérdida de biodiversidad. Por otro lado, son más de 13 mil toneladas diarias de desperdicios que Ecuador genera, basura que en el “mejor” de los casos es enterrada o quemada sin ningún tratamiento, y en otros casos, su destino final es el mar, ríos y bosques.
A pesar que el consumo sea una necesidad intrínseca del ser humano para unos o impuesta por la sociedad para otros, comprendamos que la ley de oferta y demanda también aplica en este caso y que el poder de decisión y la necesidad que cambien las cosas solo depende de nosotros, seamos críticos y disruptivos. Ser ambientalista no es una opción, es una necesidad y obligación por nosotros y por las futuras generaciones.
María Nathalia Sánchez Esparza
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