Sin hijos, sin médicos, sin ministros

El reciente escándalo de las vacunas trajo como colofón unas declaraciones asombrosas del Ministro de Salud. El atildado funcionario, con la mayor calma y satisfacción del mundo, afirmó que se había presentado en el ancianato privado, en donde reside su madre y varios familiares, y en donde se aplicaron preferentemente las vacunas, en calidad “de doctor, de ministro y de hijo”. Al mismo tiempo notorios personajes del mundo de las finanzas alabaron la decisión ministerial de vacunar primero a su progenitora como una decisión “ética”. Cuando una opción moral egoísta de este tipo es precisamente lo contrario a la ética. La idea general de las acciones buenas, según ha enseñado Aristóteles, proviene de la virtud y ciertamente la actuación en beneficio prioritario de los propios intereses es lo más ajeno a la virtud que se pueda imaginar.

Mientras tanto, en nuestro sureño rincón del mundo, varios ancianatos luchan contra la enfermedad con sus propios recursos y con su propio coraje. No tienen ni doctor ni ministro ni hijo que les valga. La perspectiva de la llegada de la vacuna parece tan lejana como la posibilidad de los cuatro carriles en la vía a Catamayo. Están solos y a merced de la caridad pública. No importa, el valor de ese “barro antiguo” resiste todos los embates del centralismo y de la egolatría ministerial.

Algo bueno ha resultado, sin embargo, de este nuevo desaguisado gubernamental. Se ha hecho evidente, para aquellos que lo hubieran olvidado, que a las élites pichinchanas poco o nada les importan los pueblos y las gentes que se encuentran a más de cincuenta kilómetros de la capital. Sólo importan su propio yo y sus circunstancias. El resto del Ecuador, para estos funcionarios, es una borrosa entelequia que siempre debe esperar sus migajas y sus despojos.

Carlos García Torres

cegarcia65@gmail.com