Siempre me he preguntado cómo fue que Matilde Hidalgo, la ilustre lojana, tuvo la fortaleza suficiente para superar el rechazo social y luchar hasta convertirse en la primera mujer en Latinoamérica en ejercer el derecho al voto en 1924, ser la primera mujer bachiller, primera médica, concejala y diputada ecuatoriana.
Aunque alguna vez Matilde deseó la muerte, rendida ante los ataques y humillaciones, logró reponerse manifestando en uno de sus poemas “Mas si mi vida es triste, si en mi suerte se mira del proscrito la sentencia, no imploraré ni buscaré la muerte, cual termino feliz de mi existencia; que un alma tengo generosa y fuerte para ver, con estoica indiferencia, la injusticia y sarcásticos desprecios que hundirme quiere a sus golpes recios”.
Quizá como Matilde, muchas mujeres están justo ahora en el camino por conseguir sus sueños, pero a cuántas nos mueve un interés colectivo, un beneficio social, un resultado de cambio y equidad; a aquellas mujeres debemos apoyar, con ellas debemos empatizar para que mañana seamos muchas más y sentir que no estamos solas; que así como Matilde no tuvo solo una madre motivando sus acciones, sino también un hermano y un esposo, porque la lucha de las mujeres no debería mirar género.
Cuando se tiene un hijo varón, entendemos que como madres somos parte de la formación de hombres que deben combatir la violencia en todas sus formas, que, en medio de nuestras diferencias naturales, existen seres humanos ávidos por ser amados, valorados y apoyados en sus luchas diarias. Y mujeres que, lejos de mirar como competencia a otra, se convierten en aliadas entendiendo que cada día libramos batallas silenciosas, que necesitan un mínimo de sororidad.
Evelyn Soledad Andrade Díaz
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