Rubicón, el punto de no retorno

Julio César parecía no tener límites y cuando quisieron frenarlo, a costa del cruento desenlace cruzó el río Rubicón, y conquistó el poder por la fuerza.

Saber que ningún gobernador podía atravesarlo pues la pena era ser declarado enemigo público, era ya una afrenta al poder. Y éste es el peso que carga quien decide dar el paso hacia la frontera prohibida, al lugar donde la historia causa el espasmo que desvía los hilos del destino, y donde los héroes o los tiranos toman su lugar para la posteridad.

Este es el fin de un proyecto, o el inicio de otro, es la meta alcanzada, o a veces solo el azar que juega sus dados a favor de quien menos lo merece.

El desenlace, como siempre es mucho más traumático, y no para quien cruza el Rubicon, sino para quien sostiene la fatiga de una crisis, el dolor de una guerra o el peso de la muerte que deviene de la incapacidad de quien gobierna.

Igual que Julio Cesar en el siglo I AC, le pasa a quien llegó a este punto de no retorno, y es completamente consciente de las consecuencias que trae el desafiar lo establecido.

Fraude gritarán los unos, democracia exclamarán los otros, pero tan corroído puede ser lo uno como falso puede ser lo otro. Y es que una elección marcada por la desidia de un CNE obsecuente, la sumisión de tribunales que aúpan ilegalidades, y un Gobernante que impávido pisoteó una y otra vez la ley y la constitución, jamás será garantía de una democracia deseada.

Como sea, “Alea iacta est”, o la Suerte está echada, y de esta vida que parece guerra, solo salimos de dos formas, sostener la lucha por un ideal valedero, o sucumbir en el olvido de un gobierno que te comprime cual cartón.  

Jorge Ochoa Astudillo

jorge8astudillo@gmail.com

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