La partusa final

Una sociedad en decadencia, sin luz, sin agua, sin seguridad; donde los escenarios distópicos ya son parte del paisaje tercermundista diario, cuerpos desmembrados en las aceras, desapariciones forzadas de menores o una sociedad que transita por la selva y por desiertos para huir de la miseria y la violencia.

Esto es el Ecuador pobre, el país donde la tragedia es parte de las historias personales, el Guayaquil del sur, el de las Malvinas, el Ecuador del páramo, el de las sierras altas, el del campo triste, o el del oriente olvidado. Es la realidad de un país donde el Estado no llega, donde la atención pública se somete a la imposición, y donde el autoritarismo o a la extorsión se aplican para ver cuán grande es la cárcel e intercambiarla con un poco asfalto o algo de educación.

El otro lado y en contraste, se vislumbra un palacio con falsas princesas y bestias disfrazadas de políticos, una corte imaginaria llena de bufones y cortesanas, senescales que fungen de ministros y Chambelanes que se visten de camuflaje. La historia del palacio que otrora fuese de gloria e hidalguía, hoy se borra por bacanales y depravaciones propias de Calígula o Rasputín.

La partusa no es pública, es íntima y cerrada, tan oculta y encubierta que hoy cercan la Plaza Grande, para convertirla en una “Huerta Chica”, exclusiva para el deleite de quienes desde sus balcones florindos perciben la segregación de lo mundano frente a la supremacía de su opulencia.

Y mientras los tentáculos del poder se expanden las libertades se estrechan, ya no puedes transitar por esa plaza, ya no puedes pelotear en las Malvinas, ya no debes descuidar a tus niños y ya no puedes criticar este gobierno. 

¿Cuándo acabará? No lo sé, pero como en el pasado solo el pueblo salva al pueblo.

Jorge Ochoa Astudillo

jorge8astudillo@gmail.com

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