Estamos ante una revolución silenciosa pero implacable: la inteligencia artificial (IA) no es ya una promesa futura, sino una herramienta presente que transforma la forma en que producimos, aprendemos y tomamos decisiones. En este contexto, el nuevo analfabetismo no será no saber leer ni escribir, sino no saber usar IA. Dominar esta tecnología marcará la frontera entre inclusión y exclusión laboral, entre competitividad y rezago.
Daron Acemoglu lo advierte con claridad: si la IA se integra únicamente desde una lógica de eficiencia y reemplazo del trabajo humano, estaremos profundizando las brechas de desigualdad. En su visión sobre la productividad marginal, el valor del trabajo depende de cuánto aporte en la frontera tecnológica. Si esa frontera la dicta la IA, entonces el trabajador que no se alinee con ella pierde relevancia económica.
Pero el reto va más allá de la adopción técnica. Se trata de construir un modelo de desarrollo donde la IA complemente y potencie el talento humano, no lo sustituya. Formar ciudadanos capaces de usarla críticamente, con criterio ético y propósito social, será tan esencial como saber leer o razonar.
En síntesis, la IA redefine la alfabetización del siglo XXI. No basta con aprender a usarla; hay que saber para qué y con qué fin. De lo contrario, no solo nos volveremos obsoletos, sino también cómplices de un modelo de desarrollo excluyente y deshumanizado.
Santiago Ochoa Moreno
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