Cuán importante fue alguna vez la palabra, y aunque no era materia, parecía tangible, era palpable y fue equiparable a la solides de una roca; tenía la contundencia de una sentencia y se fundamentaba sobre la verdad de una idea.
El apretón de manos era el suscrito irrevocable de un pacto que debía honrarse, no había textos, no había contratos sin embargo la memoria marcaba el archivo inapelable del antecedente del tratado.
Así fue el orden social del siglo pasado, invisible, etéreo e intangible. Se normaba desde la costumbre, se ordenaba desde las prácticas y se consolidaba desde la experiencia.
Pero la sociedad se complejizó, avanzo en el tiempo y creció en proporción, las necesidades ahora se calculan por millones y ese orden etéreo hubo que materializarlo, entonces el Estado de Derecho tomo forma. Pero como todo, esto no nació de la noche a la mañana, sino que tal “consenso” se forjó en la revolución, la lucha, la protesta y unas miles de muertes, porque debe quedar claro que ningún derecho ni avance social se conquistó con el simple dialogo.
Pero hoy lo cuestionable es que ese principio de gobernanza, en el que todas las personas, instituciones y entidades, públicas y privadas, están sujetas a la ley, se deteriora y menoscaba con la simpleza de un batazo o lo efímero de un plumazo.
Ya poco importa esa idea de un Estado democrático y justo, donde las leyes, y no los caprichos de quienes ejercen el poder primaba, el tiempo en el que los contratos eran ley para las partes, y la supremacía de la ley era el principio jurídico que ordenaba a todas las personas, incluyendo el gobierno no existe más.
Hoy la simple mayoría, de una efímera asamblea borra de un zarpazo cualquier procedimiento, y si no es por allí, los tribunales contenciosos, electorales o administrativos lo hacen por disposición, el derecho ha muerto.
Jorge Ochoa Astudillo
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