Del declive democrático al ascenso del autoritarismo

Las autocracias contemporáneas han evolucionado más allá de la imagen clásica y estereotipada del dictador solitario y despiadado. Como señala Anne Applebaum en Autocracia S.A., hoy operan a través de sofisticadas redes de colaboración internacional, utilizando estructuras financieras cleptocráticas, entramados de servicios de seguridad -militares, paramilitares, policiales- y expertos tecnológicos que proporcionan vigilancia, propaganda y desinformación. Los gobiernos autócratas no trabajan solos, están conectados entre sí y, en algunos casos, incluso colaboran con gobiernos democráticos. Los autócratas, aunque difieren entre ellos en su estructura política, comparten la determinación de perpetuarse en el poder a toda costa.

El mundo está presenciando un retroceso de la democracia, lo que ha permitido a estos regímenes consolidarse. Detrás de una fachada de democracia, estos gobiernos manipulan procesos electorales, controlan la prensa, debilitan los tribunales y socavan la administración pública mientras proclaman su fe con los valores democráticos. Para estos regímenes, las críticas externas no son más que intentos de injerencia imperialista, lo que refuerza su narrativa de resistencia frente a enemigos externos. No buscan el bienestar de sus ciudadanos, sino su eternización en el poder, utilizando para ello la desestabilización de sus vecinos, la restricción de libertades y, en algunos casos, la violencia como herramienta de intimidación.

El ascenso del autoritarismo no es un fenómeno reciente ni aislado. Como advierten Anne Applebaum, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, los líderes con tendencias autocráticas han perfeccionado técnicas para erosionar las democracias desde dentro, debilitando sus contrapesos sin la necesidad de golpes de Estado. En América Latina, el Latinobarómetro 2024 muestra un leve repunte en el respaldo a la democracia, pero también un preocupante desapego hacia sus instituciones, con una creciente tolerancia hacia gobiernos que restringen parlamentos, partidos políticos u oposición.

En Ecuador, la polarización política ha transformado el debate público en una confrontación permanente, donde el adversario es visto como una amenaza extrema, debilitando la posibilidad de construir consensos y fortaleciendo discursos que justifican liderazgos autoritarios como solución mágica al conflicto social. El no reconocimiento, falta de claridad política o ambigüedad respecto a los autócratas de la región por parte de los actores políticos, no son un detalle menor. Estas prácticas podrían interpretarse como un indicio de afinidad con los modelos autocráticos que han socavado la democracia en la región, reforzando el entramado internacional de las autocracias y su capacidad de influencia.

Santiago Pérez Samaniego

X: @santiagojperezs

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