Vuelve a sonar la palabra “cambio” en nuestro país, como si fuera una varita mágica capaz de resolverlo todo. Pero no todo lo que se disfraza de transformación lo es. A veces, detrás de esa palabra seductora se esconde un proyecto de concentración de poder, silenciamiento de los opositores y debilitamiento de los derechos ciudadanos.
Este domingo asistimos a una nueva consulta popular que promete “ajustes” y “eficiencia”, pero que, en el fondo, abre peligrosas grietas en el Estado de derecho. Modificar la Constitución en nombre de la seguridad o la gobernabilidad, sin un debate profundo y plural, no es reforma: es regresión.
Bajo el ruido de la inseguridad y el miedo, se ha instalado una lógica de urgencia que apura decisiones sin pensar en sus consecuencias. Se criminaliza la crítica y resistencia, se promueve la fragmentación política, y se abre paso a la figura mesiánica que asegura que ahora sí se dará el “cambio”, actuando como administrador del caos.
Las preguntas de la consulta no son neutras. Cambian reglas estructurales sin un proyecto de país claro, con frases engañosas y promesas vacías. Y en ese camino, quienes más pierden son los sectores populares, los jóvenes sin empleo ni educación, los pacientes en los hospitales, los pueblos históricamente excluidos.
No se trata de estar en contra de todo. Se trata de estar a favor de algo más grande: se trata de defender una democracia que no se arrodille ante el miedo ni se venda al mejor postor. La Constitución no es un obstáculo, es una conquista. Y defenderla no es un capricho ideológico, es un acto de dignidad ciudadana.
Que no nos engañen otra vez. El “cambio” real no se decreta desde arriba: se construye desde abajo, con pensamiento crítico, participación y memoria. No se trata de votar por ideologías ni por nostalgias, se trata de no permitir que nos quiten lo que aún nos pertenece: la posibilidad de disentir, de participar, de tener un país con voces diversas.
Álex Daniel Mora Arciniegas
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