El clamor ciudadano crece, cansado de la eterna polarización que ha secuestrado el debate público. Como bien resume Matías Dávila, muchos se sienten “hartos del correísmo y del noboísmo”. La política se ha convertido en una especie de religión donde pensar distinto es una herejía y la pertenencia a una facción se impone como dogma.
Pero ejercer la crítica no nos convierte en enemigos de nadie, sino en ciudadanos conscientes que se niegan a entregar su criterio a una bandera.
Las demandas de la ciudadanía son claras y legítimas. No responden a consignas de campaña, sino a la necesidad de reconstruir un contrato social justo y funcional:
Transparencia y cero impunidades; exigir claridad en los contratos públicos, como el caso Progen, donde el dinero del pueblo parece haberse esfumado. El reclamo es por responsabilidad, no por ideología.
Salud digna para afiliados; garantizar medicinas y atención oportuna en los hospitales del IESS y el MSP.
Cumplimiento de compromisos: que el Estado pague a sus proveedores, como las empresas dializadoras, por los servicios ya prestados.
Seguridad para todos; frenar la violencia que cobra vidas en las carreteras y en las calles.
Equidad tributaria; no castigar a las pequeñas empresas con más impuestos mientras se perdonan deudas a corporaciones vinculadas al poder.
Libertad de expresión; defender el derecho de opinar sin censura ni represalias, tanto para ciudadanos como para periodistas independientes.
Señalar estas fallas no es un acto de militancia, es una muestra de civismo. Criticar al poder no es alinearse con la oposición; es ejercer el deber ciudadano de exigir resultados.
En tiempos donde las redes amplifican la desinformación, debemos sostener una crítica basada en hechos y no en consignas. No podemos seguir atrapados en trincheras ideológicas que anulan el pensamiento propio.
El verdadero cambio nace del ciudadano que fiscaliza sin miedo, que denuncia lo que está mal sin importar de quién venga y que defiende lo que está bien, aunque no lo haya propuesto “su” bando.
La lealtad no debe ser hacia un líder ni hacia un movimiento, sino hacia la verdad, la ética y el país. Solo cuando aprendamos a pensar con independencia, a cuestionar con respeto y a exigir con coherencia, podremos decir que hemos superado la polarización.
Mauricio Azanza O.
maoshas@gmail.com