La gobernanza local a menudo se ha visto acechada por la sombra del clientelismo y un liderazgo de corte caudillista. En nuestros barrios, las directivas, aunque formalmente constituidas en su mayoría, replican con frecuencia modelos de gestión jerárquicos y de escasa consulta. Esta realidad choca frontalmente con la legítima demanda de transparencia de la vecindad.
El resultado es un divorcio palpable entre la cohesión social y la cohesión institucional. Los vecinos han forjado una sólida confianza horizontal (cohesión social), sustentada en la solidaridad entre pares. Sin embargo, esta convive con una profunda desconfianza vertical hacia el accionar de sus propias directivas.
Este contexto de baja credibilidad ha provocado un desapego generalizado de los grupos vulnerables, en particular de los jóvenes. Perciben estos procesos como endogámicos, ineficaces y disfuncionales, por ende, su aislamiento. Su energía y su propia «new age» de horizontalidad se canalizan a través de actos ajenos a la política barrial, donde sí encuentran códigos, respeto y una fuerte cohesión. Su no participación es un síntoma claro de que las directivas parecen responder más a fines personalísimos y a políticas de coyuntura que a la representación genuina del barrio.
El mundo juvenil se define por una horizontalidad única, capaz de movilizar y encender su activación. Su cohesión es una fuerza latente que, si se canaliza, puede devolver la funcionalidad a la representatividad barrial y catalizar el desarrollo de los barrios. Es imperativo que las directivas abandonen el modelo jerárquico y se abran a una consulta genuina y transparente.
Es hora de que profesionales, jóvenes, mujeres y vecinos que se sienten desvinculados, reconozcan el poder de su participación. No se trata de unirse a estructuras disfuncionales, sino de reinventarlas desde adentro. El bienestar de Loja es una causa común que nos convoca a todos.
Paúl Cueva Luzuriaga
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