La labor de cuidado y quehacer doméstico es un trabajo, sin duda, aunque resulta paradójico porque contradice el axioma de que, sí o sí, todo trabajo es remunerado. Y es el trabajo más pesado y agotador, pero –también paradójicamente– el menos reconocido del mundo. Y es un problema de género, también, porque ha sido endilgado históricamente a las mujeres. Y peor aún, es una actividad que no suele cuantificarse económicamente, lo que a la vez produce que el rol de las mujeres que lo desempeñan se invisibilice a nivel social, macroeconómico, incluso político-institucional. Rara vez políticas públicas de Estado alcanzan a este sector, y rara vez la sociedad lo pondera y valora. Se recompensa únicamente a mujeres empresarias, líderes y de otra índole, pero no a aquellas que son columna vertebral y reserva moral de la sociedad entera. Pero, sobre todo, muy rara vez se reconoce genuinamente como un trabajo extenuante con varias desventajas: ausencia de vacaciones, no afiliación obligatoria a la seguridad social, exceso de actividades, etc.
Orgullosamente soy hijo de una abnegada ama de casa que renunció a muchas conquistas personales, de tal forma que dimensiono aquel sacrificio que, desde que estábamos muy chicos, empezaba de madrugada y terminaba bien entrada la noche. Pero tan determinante ha sido, que mis hermanos y yo, e incluso mi padre, no seríamos los mismos sin su labor. Ella, además de su amor y sabia orientación, nos enseñó los valores esenciales, el orden, la limpieza, la disciplina, la distinción entre el bien y el mal; hizo de nosotros ciudadanos íntegros.
Es imprescindible, por tanto, no solo exigir atención y beneficios estatales, sino, casa adentro, honrar nuestras obligaciones para alivianar la carga. Porque sí, no se trata de “colaborar”, sino de cumplir con lo que nos corresponde, pues aquellas mujeres no son de hierro, y tienen el legítimo derecho a cansarse y a gozar de momentos de sosiego. ¿Cuándo se les acreditará el mismo catálogo de derechos que tiene cualquiera de nosotros? Me causa impotencia tanta injusticia cotidiana…
Por todo ello, mi gratitud eviterna a mi madre y a todas las virtuosas amas de casa que son colosal ejemplo de amor y entrega. Gracias a ustedes esta sociedad aún no sucumbe ante la perfidia y la debacle moral del mundo.
José Luis Íñiguez G.
joseluisigloja@hotmail.com