Siempre a flote

Desde sus albores la sociedad ecuatoriana ha establecido una dicotomía esencial defendida a capa y espada por todos los grandes teóricos de la economía. Se trata de la inamovible línea que separa a los que flotan de los que se hunden. El privilegiado grupo de los que flotan resiste con éxito todas las tormentas de la política y de las finanzas. Los cofrades de este grupo se dan la mano con sonriente calidez, se sostienen mutuamente en prebendas, en canonjías, en incentivos, en exenciones, en jugosos puestos públicos. Mientras fortalecen sus círculos de exclusión, se quejan amargamente de cualquier subsidio o política social que se atreva a desviar los fondos estatales de su exclusiva propiedad al grupo de los que se hunden. Tienen larga experiencia en deslizarse sobre las olas de gobiernos de todas las orientaciones ideológicas, un día son feroces revolucionarios y al siguiente, devotos conservadores. La mudanza de color político constituye una herramienta de supervivencia perfeccionada por generaciones de hábiles arribistas.

Cuando ocurren grandes catástrofes como la que atravesamos y esta secular división se hace más patente, el grupo que se mantiene siempre a flote moviliza sus fuerzas creadoras de contenidos y de sentidos para simular que en una sociedad esencialmente injusta existen verdaderas oportunidades de salir del grupo de los que inevitablemente se hunden. A través del esfuerzo personal, de pensamientos positivos, del trabajo incansable, y de una mentalidad creativa, nos dicen, se puede llegar a ser un nuevo Bill Gates aunque se parta de carencias básicas o de un endeudamiento a intereses usurarios. Pero en la realidad fluctuat nec mergitur, el antiguo lema de la ciudad de París, describe mejor esta sempiterna situación. Aquellos que están arriba vacilan, pero no se hunden. 

Carlos García Torres

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