La olla que hierve y los cangrejos que no dejan salir

Como sociedad, nos acostumbramos al calor del desastre, a esa tibieza engañosa que poco a poco se convierte en fuego. Como la rana del cuento, no saltamos cuando aún podíamos; preferimos quedarnos dentro, resignados, hasta que la ebullición nos consume. Esa metáfora, tan usada y tan cierta, describe cómo nuestra sociedad tolera injusticias, abusos cotidianos y mediocridades estructurales, ¿lo hará hasta que sea demasiado tarde?

Pero hay algo aún más cruel que el calor progresivo en el que vivimos, y es la trampa del cangrejo. En vez de reconocer el peligro y ayudarnos mutuamente a salir, muchos se dedican a jalar al que intenta escapar o resolver. La envidia, la indiferencia o el miedo disfrazado de prudencia terminan siendo cadenas más pesadas que el propio fuego. Nadie quiere que el otro progrese, incluso que resuelva, porque eso implicaría reconocer que también se puede, que siempre hubo una salida, y como sociedad estamos acostumbrados a echar la culpa en vez de resolver.

Así, quedamos atrapados entre dos metáforas que se retroalimentan: la olla que hierve lentamente y la de los cangrejos que se boicotean. Una sociedad que acepta la primera y practica la segunda se condena a arder en su propia agua.

Romper este ciclo exige valentía. No basta con darse cuenta: hay que saltar y, sobre todo, hay que tender la mano al que intenta hacerlo. Solo entonces la olla dejará de ser nuestro destino y nuestra prisión.

Santiago Ochoa Moreno

wsochoa@utpl.edu.ec

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