La burbuja democrática

Pretender que una autoridad, un orden social o un proceso sean aceptados como justos y válidos por la sociedad, es el objetivo de la legitimación. Para ello, las formas muchas veces están por fuera de lo ortodoxo, el bien y el mal también son relativos, pues el fin ulterior es obtener el consentimiento y la obediencia voluntaria de un colectivo significante, en lugar de recurrir a la fuerza o la coerción.

Esto además implica que las personas creen que quienes detentan el poder o las acciones que se realizan, tienen un derecho justificado para hacerlo y están alineados con los valores y normas de la comunidad, aunque esto evidentemente contravenga con la concepción ética, moral y racional de quienes legitiman dichas acciones.

En esta dinámica, la Democracia se ha convertido en el argumento “burropie”, por el cual cualquier acción, decisión, o idea, debería sostenerse por si sola, más allá de ser legal o constitucional.

Y en virtud de este concepto, se ha convocado a la pujanza social para sostener y empujar procesos de cambio político, y se ha dicho que el poder radica en el pueblo, llenado calles y plazas para sustentar tales ideas. ¿Pero cuan real resulta esto?, y ¿Cuánta legitimidad conlleva la manifestación de unos miles en un país de millones?

El efecto es la Burbuja Democrática, es decir aquella efímera idea de creer que la popularidad es eterna y el respaldo es permanente, cuando el ejercicio político es todo lo contrario.

Como toda burbuja, esa idea es endeble e impredecible, se rompe con la fragilidad de un soplo y su aparente holgura desaparecerá en el viento, pues la Política radica en el continuo desgaste y todo aquello que hiciste bien hoy probablemente mañana será un error.

Es hora de salir de la burbuja y pisar la realidad.

Jorge Ochoa Astudillo

jorge8astudillo@gmail.com

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