Juan Valdano

Su voz era especial. A pesar de su larga caminata por la vida, no había perdido el maravilloso hechizo del cantar morlaco. Escapaba, como diría Homero, del vallar de sus dientes para mezclarse en su espesa barba, que conservaba al mejor estilo de Trotsky. Lo acompañaban siempre los anteojos que, ciertamente, le permitían ver el mundo y tratar de entenderlo.

Estudió en la Universidad de Cuenca y luego se fue a la Sorbona, para profundizar su formación filosófica. Su tesis doctoral fue sobre Albert Camus, ese inmenso hombre que pensó tanto sobre la existencia. Quizás eso lo marcó. Tuvo una inconmensurable pasión por Ulises y su viaje de regreso a Ítaca, tratando de resolver los misterios que implica la vida. Por ello anduvo tras las huellas de Odiseo. Allí nació su último libro.

Ahora parte nuevamente.  La Parca no pudo vencerlo, irá al Hades, pero pronto saldrá para ir al Elíseo. Ojalá, desde allá, pueda regalarnos otro libro.

Acá, en este terrenal mundo, queda su recuerdo, su obra y el gran impulso que otorgó a la cultura. La Biblioteca Básica de Autores Ecuatorianos es, sin duda, una importante contribución. El Premio Eugenio Espejo fue un justo homenaje.

La Academia Ecuatoriana de la Lengua, tiene una silla difícil de llenar. Diario “El Comercio” sufre un agujero en su página editorial.

Como hicimos algunas veces, elevo una copa de «rojo vino regocijador del ánimo» en su memoria, querido doctor Valdano.

Gabriel U. García T.

@gulpiano1