Ecuador vive una peligrosa normalización de la violencia, la corrupción, la crisis económica y la desinformación. La sociedad parece haberse adaptado a convivir con el miedo, la impunidad y la precariedad, perdiendo su capacidad de indignación y exigencia. La violencia criminal, que ha alcanzado niveles alarmantes, se ha vuelto parte de la rutina diaria. La corrupción, lejos de escandalizar, es vista como inevitable, lo que alimenta el cinismo y la pasividad ciudadana. En lo económico, el país funciona en modo de sobrevivencia: precariedad laboral, informalidad y migración masiva, mientras la población se conforma con promesas a corto plazo.
Además, la desinformación y el populismo han erosionado el pensamiento crítico, fomentado una ciudadanía desinformada y polarizada que, pese a compartir necesidades, se confronta desde lados opuestos. Todo esto ha generado una trampa de conformismo colectivo que paraliza la acción y apaga la esperanza. La verdadera amenaza ya no es solo la crisis en sí, sino la resignación con la que la estamos asumiendo.
Ecuador debe sacudirse del letargo porque merecemos más justicia, oportunidades, seguridad y dignidad. Recuperar la esperanza exige participación ciudadana activa, educación crítica y un tejido social basado en la solidaridad, no en la individualidad. No es tarde para cambiar el rumbo, asumamos que no debemos acostumbrarnos a lo inaceptable y actuemos.
Santiago Ochoa Moreno
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