Ecuador atraviesa una de sus horas más dolorosas del 2025, un paro nacional convocado por organizaciones indígenas que ha dejado personas fallecidas, decenas de heridos y una nación hiriéndose en medio de gritos que no escuchan al otro. Las protestas han escalado en confrontaciones que ya no pueden reducirse a titulares ni estadísticas; y detrás de cada nombre familias rotas, comunidades atemorizadas, rostros que imploran justicia.
No podemos ser indiferentes ante el dolor, y se torna preponderante reflexionar que no hay justificación moral para discursos racistas o que deshumanicen al otro. Las redes sociales se han convertido en trincheras donde la ira, el prejuicio y el anonimato refuerzan odios que no nos representan como nación. En este Ecuador pluricultural y multiétnico nadie merece ser tratado como enemigo por pensar diferente.
Pero también es urgente recordar algo que parece olvidado en el fragor de la crisis: nuestros derechos terminan donde comienzan los del otro. La protesta es un derecho legítimo, siempre que no se convierta en violencia indiscriminada; el orden público no puede transformarse en justificación para atropellar derechos. Cuando balas y gases nublan la protesta, el Estado y los manifestantes comprometen el futuro de la democracia.
En algunos medios se menciona un posible levantamiento del paro, y anhelamos que estos anuncios no sean temporales, sino el arranque serio de mesas que escuchen y lleguen a acuerdos. A través de estas cortas líneas, no pretendo inclinarme hacia un bando, sino levantar un clamor a favor de un país capaz de escucharse sin estruendos de metralla, de reconocerse sin temores, porque los ecuatorianos y ecuatorianas merecemos un diálogo profundo, con mediación y garantías mutuas.
Si no rompemos este ciclo de muerte y venganza verbal, la herida seguirá abierta. Que el eco de una palabra empática —más que el ruido del insulto— sea el primer paso para reconstituirnos como nación. Porque a través del diálogo, aún las heridas más profundas podrían encontrar alivio.
Lucía Margarita Figueroa Robles
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