Por lo menos hay dos formas de responder injusta o presuntuosamente al recibir el favor de una persona benevolente y generosa: con ingratitud o con orgullo.
La ingratitud es un olvido o desprecio de los favores recibidos, propia de seres descuidados o que no saben valorar lo que reciben gratuitamente. Consideran que es muy poco o inservible lo que se hace por ellos. Son personas cuya psicología no ha madurado y se han quedado en edades infantiles viviendo una vida de espera para que los demás las atiendan en sus necesidades. Esta actitud las lleva, generalmente, a tener una vida de inercia y de espera de los demás, quejándose de que la vida ha sido dura con ellas. O puede ser que sí se alegren de lo recibido, pero no pueden expresar esa alegría.
Por otro lado, el orgullo es una sobrevaloración que la persona se hace de sí misma, una arrogancia, un engreimiento, que no le permite valorar lo que los demás hacen por ella. Cree que todo lo merece y se sitúa en un plano superior. Realmente, se siente muy benevolente al aceptar las pequeñas cosas que recibe de seres que no merecen su atención. En cambio, si ella hace algún favor, espera ser reconocida más allá de lo que realmente ha hecho y que nunca se olviden de su benevolencia. Sufren de un complejo de superioridad en base de reales o ficticios méritos. A diferencia de los ingratos, los orgullosos ponen su mira en su ego, considerando a los demás como de menor valía.
¡Cuán diferentes son los humildes! Su agradecimiento es muy justo y sentido. Parecería que siempre tienen presente el adagio que dice: “Nunca te olvides de un favor recibido. Pero olvídate del que tú lo brindes”.
Cito las palabras de León Magno referente a los favores recibidos:
“No sean ingratos callando los dones, ni orgullosos presumiendo los méritos”.
Carlos Enrique Correa Jaramillo
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