Se la atribuye a Humbolt una frase que describe a los ecuatorianos como seres raros y únicos, algo particular o incomprensible seguramente enrareció la percepción del explorador alemán sobre nosotros.
Sera porque nos acostumbramos a ser periferia y hasta sentimos orgullo de serlo; en las generalidades del momento nos deleita el folclor que representamos, defendemos con arrojo aquellas virtudes propias, como la geografía, lo andino, la música, la misma etnia; pero solo como un factor de vanidad momentánea, no de apropiación y reconocimiento cultural.
Gentrificamos el espacio urbano marginal, pero también la moda, la gastronomía, y la cosmovisión misma. Agradable es tomar un café latte en una plazoleta decorada con pérgolas, donde antes vendían carbón u hortalizas, o vestir poncho andino mientras fotografías un Paukar Raymi, zapatear el Juyayay ya es la zambullida total a eso que admiras, anhelas, pero de la cual no crees pertenecer.
Y probablemente no pertenecemos, pero en la gran dimensión sociocultural, estamos más cerca de los 4 Raymis, la Mama Negra, el Yahuarlocro y el encebollado, que del Black Friday, el Oktoberfest, o el Stroganoff y el Croissant.
Qué es lo que pasa en nuestra psiquis, que vemos en la población originaria un pueblo atroz, alejado de la modernidad, atrasado en el tiempo, lleno de barbarie y miseria que no sabe convivir con “nosotros”.
Pero al mismo tiempo, los aprovechamos como un vasto caldo de cultivo para las tenencias, los influencers, la creación de contenido y la generación de likes. Volvemos a reproducir formas de neocolonialismo moderno, con una soberbia inusitada e impropia de muchos, que teniendo raíces propias han resuelto negarlas.
Cada vez hay menos Ecuador, reprimes al pueblo, sedes las Galápagos, anulas libertades, suprimes derechos, y progresivamente aceptas que nos gobiernen desde afuera. Algo está mal y no se habla de ello.
Jorge Ochoa Astudillo
jorge8astudillo@gmail.com