El sábado pasado fui padrino de bautizo de mi sobrino de ocho años. Verlo recibir este sacramento, me recordó aquel momento en el Jordán cuando el Padre proclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, fue profundamente conmovedor. Sin embargo, antes del bautizo, algo me dejó inquieto.
Durante su preparación, yo esperaba para él, una catequesis sobre el amor, el perdón y la gracia. En cambio, escuché un mensaje centrado en el miedo: en el pecado, el castigo y la condena. Palabras que podrían infundir temor en lugar de despertar confianza en un Dios que es amor.
Y me pregunté: ¿por qué seguimos formando creyentes desde el miedo, si el Evangelio es una historia de amor? La Biblia es clara: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Cuando la fe se basa en el miedo, se produce obediencia vacía; cuando nace del amor, florece la libertad y el deseo genuino de hacer el bien.
Esta reflexión no es solo para la Iglesia, sino también para las familias. Como padres, tíos o educadores, debemos preguntarnos: ¿educamos desde el miedo o desde el amor? Un niño formado en el temor será obediente por miedo a fallar, pero un niño educado con amor aprenderá a actuar bien porque comprende y ama el bien.
El bautismo nos recuerda que somos hijos amados, no siervos temerosos. Dios no busca adoradores que tiemblen ante su poder, sino hijos que confíen en su misericordia.
El bautismo es la puerta de la vida nueva, el signo de la adopción divina. Si lo celebramos con amor, enseñemos también a vivirlo con amor. Dios no nos pide temor, sino confianza. No nos quiere arrodillados por miedo, sino de pie por amor.
Es tiempo de cambiar el enfoque: menos amenazas y más testimonio; menos culpa y más compasión. Enseñemos a nuestros niños que Dios no castiga para someter, sino que ama para liberar.
Construyamos creyentes que sigan a Dios por amor, no por miedo. Solo así la fe será viva, libre y verdaderamente humana.
Mauricio Azanza O.
maoshas@gmail.com