En una democracia, la idea de que “La mayoría siempre tiene la razón”, es como confiar en la palabra de los políticos, aunque todos sepan que no es cierto, ni reflejen la verdad, todos la aclaman. Democracia no se trata de contar votos, se trata de cuidar derechos, no de unos, sino de todos por igual, sin importar la corriente ideológica o dominante.
Ya lo dijo, John Stuart Mill, en su obra “La Libertad (1859): “La opinión dominante no siempre es la verdad, sino que puede ser simplemente la opinión más fuerte o la más ruidosa”. O Berlín, en su obra “Dos conceptos de libertad”, al establecer que, “La democracia no es solo la suma de las opiniones de la mayoría, sino la protección de los derechos de todos, incluso de aquellos que piensan diferente”.
Críticamente hablando, la esencia de la democracia no reside en la mayoría y que esta tenga siempre la razón, sino en el respeto a la diversidad de opiniones para llegar a una verdad común.
La masa a lo largo de la historia casi siempre ha demostrado no tener la razón, a la hora de aportar a las grandes soluciones, ejemplo de ello: a la cabeza de la Revolución Francesa estuvieron Robespierre y Danton, llevaron a los monarcas a la guillotina junto a la masa agitada, después masa los llevo a ellos a la guillotina; recuerden como se glorificaba a Hitler, por parte de la masa, sin escuchar a la oposición, optaron por seguir al partido nazi, el resultado, la Segunda Guerra Mundial. No nos vayamos tan lejos, Eloy Alfaro, sinónimo de derechos y de justicia para las grandes mayorías, acaso las mayorías no lo descuartizaron y colocaron sus partes en cada extremo de Quito; quién eligió a Bucarán presidente, acaso no fueron las grandes mayorías, y así, sucesivamente la historia nos cuenta la verdad.
No refutaré que en democracia las elecciones son el medio más cercano a la justicia, pero está claro, que no es una verdad absoluta, generando desbalance en la regla.
Pablo Ortiz Muñoz
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