El antídoto del desorden

De todos los males que, desde los más remotos tiempos, han azotado a la humanidad, el desorden constituye quizás el más profundo y persistente.

No se trata solo de un defecto individual, sino un mal estructural, presente en los pueblos, en las instituciones y en las conciencias.

Se estima que más del setenta y cinco por ciento de las naciones padecen de alguna forma de desorden- sea político, moral, económico o social-, lo cual explica su inestabilidad y su atraso. Los síntomas son fáciles de reconocer: la falta de respeto a los espacios púbicos, la falta de cumplimiento a normas de tránsito y urbanidad, el incumplimiento a las normas de limpieza y decoro, el irrespeto a los turnos y las filas, la irreverencia a los mayores y a los niños, el descuido del deber de la puntualidad y cumplimiento de la palabra, la pérdida del sentido del bien, el quebranto del dialogo y la conciliación, y el desdén por las leyes y los valores éticos.

En casi todos los países se han emprendido campañas para fomentar el respeto a las normas de convivencia, pero los resultados han sido limitados, porque el problema no radica únicamente en la norma, sino en la conducta humana. Mientras el orden no se comprenda como una virtud interior- como un principio moral y no solo como una imposición externa-, cualquier intento de corrección será efímero.

Entre las normas más eficaces contra el desorden se encuentra la educación, entendida no como una simple instrucción, sino como una formación del carácter, cultivo de la responsabilidad y conciencia de pertenencia.

Pienso que todavía estamos a tiempo. Si volvemos a educar en el respeto, en la decencia y en el amor a lo público y a nuestros semejantes, el desorden cederá, y volverá a florecer el país que soñamos.

Así lo pienso.

Jaime A. Guzmán R.

jaimeantonio07@hotmail.es

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