Cuando la política se reduce a la figura de un caudillo o a la simpatía por un nombre, se pierde el sentido más profundo de la vida democrática. No se trata de ser seguidor; se trata de ser ciudadano y ser ciudadano implica pensar, cuestionar, construir argumentos, y no repetir consignas vacías-
Lo triste de nuestra realidad es que muchos toman posición sin saber por qué. Defienden con fervor, pero sin fundamento, es más veneran a quien les es cercano ideológicamente, aunque sus acciones contradigan la justicia o el sentido común. Critican al contrario, aunque en fondo ambos cometan los mismos errores. Esta política emocional, impulsiva y fácilmente manipulable, no aporta nada al futuro que queremos como sociedad.
Apoyar ideas significa estar dispuesto a reconocer cuando algo está mal, incluso si viene de quien “admiramos”. Significa no aplaudir la corrupción, el abuso ni el engaño, aunque se disfracen de “victoria política”. Significa tener coherencia. La verdadera ciudadanía exige valentía moral, no obediencia ciega.
Si queremos una sociedad más democrática, más justa y más libre, debemos recuperar la capacidad de pensar por cuenta propia. Debemos aprender a debatir con argumentos y no con gritos. Debemos educarnos, informarnos y sostener nuestras convicciones con sustancia, no con fanatismo.
La política no está hecha para rendir culto a figuras, sino para que ciudadanos libres ejerzan su criterio. Solo cuando pensemos y decidamos con autonomía, podremos aspirar a construir un país verdaderamente digno.
Santiago Ochoa Moreno
wsochoa@utpl.edu.ec