¿Es malo el gobernante porque fue elegido por malos electores, o son malos los electores porque eligieron un mal gobernante? Es imposible lo uno sin lo otro. Por un lado los malos gobernantes, acérrimos seguidores de Maquiavelo, según el cual «El príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado»; de Cósimo de Médicis que dijo: “no se gobierna a los Estados con el Pater Noster”; de Charles de Gaulle que sostuvo: “la política no es en modo alguno cuestión de virtud y de caridad, la perfección evangélica no conduce al poder; resulta imposible concebir un hombre de acción sin una buena dosis de egoísmo, de orgullo, de dureza y de astucia. Pero todo esto se le perdona, es más, su figura alcanza mayor esplendor si los transforma en medios para realizar grandes empresas”. Por otro lado, los malos electores incurren, mutatis mutandis, en servilismo ante los poderosos, resignación y conformismo; extorsionan a los jueces para que fallen tendenciosamente; las propinas al policía o agente de tránsito para evitar multas; las comisiones de los contratistas a los funcionarios; los embustes de los medios de comunicación; el despilfarro (yo pago la cena a todos); búsqueda de un puestito con ayuda de un padrino; los atrasos en los compromisos; el incumplimiento laboral, etc. Ante este círculo vicioso necesitamos fundar una honestocracia y rescatar lo que dijo Platón en su Protágoras: para que no sucumbiera nuestra raza Zeus envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia (es decir la política); entonces Hermes pregunta a Zeus cómo repartir la política entre los hombres, si del mismo modo que las demás artes, Zeus responde: «A todos, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de las otras artes. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del pudor y la justicia (política) lo eliminen como a una peste de la ciudad». En este sentido dijo el filósofo español Carlos Díaz que: “ni gentes buenas caben en estructuras perversas, ni estructuras perversas con gentes buenas; para hacer resplandecer la verdad con independencia hace falta ser ¡una buena persona!, un ser humano bueno en el buen sentido de la palabra bueno”.
Jorge Benítez Hurtado
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