La evolución social, las mejoras en la igualdad y equidad de los sexos, etc., propiciaron la libertad de elección, si regresamos unas pocas décadas en nuestra ciudad, recordaremos que el matrimonio no estaba unido por esa fuerza mágica del amor, mucho menos de ese amor romántico. Los roles estaban bien descritos y delimitados, a pesar de no estar rodeados de encanto y romanticismo muchas parejas lograron una convivencia equilibrada, no libre de lealtad y afecto, que de algún modo les proporcionó suficiente estabilidad emocional y una vida sin excesivos sobresaltos.
Paradójicamente, a pesar de la abolición de las barreras descritas y de que cada matrimonio ha podido dirigir su vida con la persona libremente escogida, la falta de convivencia armónica, los conflictos de pareja, la alta tasa de divorcios sigue en aumento.
Recordemos que el amor no es algo inherente al matrimonio, ni la convivencia estable y duradera es una consecuencia lógica del amor, al menos de ese amor romántico, cegador y deslumbrante. Fácilmente puede confundirse al amor con otras emociones como el deseo, el anhelo de compañía, necesidad de compenetración sexual, etc. Comprender que el amor de corte romántico, aquel que obvia los defectos e inconvenientes, no es ni con mucho una póliza que asegure la estabilidad y felicidad de la pareja.
El amor implica respeto hacia su cónyuge y hacia uno mismo, proporcionando una relación asertiva, proactiva, equitativa, no sujeta a cualquier forma de dependencia. Su mantenimiento requiere esfuerzo, sentido común, madurez, alegría, buen humor, a fin de mantener vivos la ilusión y el deseo, esto conduce a que limpiemos constantemente los caminos de la convivencia, que por ser algo muy preciado requiere cuidado y dedicación. Por ello, debemos ser responsables de nuestra propia felicidad y la de nuestra pareja. Recuerda: es tu decisión ser feliz.
Francisco Herrera Burgos
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