En la inmensidad gélida del páramo, donde la neblina se aferra a la tierra como un manto de olvido, cuatro almas diminutas se convirtieron en el espejo roto de una nación. El video que estremeció al Ecuador en los últimos días no es solo una escena de abandono; es una metáfora desgarradora del país entero, un símil perfecto de la orfandad que vive una patria cuyos hijos han sido dejados a la intemperie.
Esos cuatro niños, temblando de frío en una choza sin luz, son la personificación de un país olvidado. Sus miradas perdidas reflejan el vacío de un sistema quebrado, un Estado ausente que, como un padre cruel, ha vuelto la espalda a sus más vulnerables Este drama íntimo es el microcosmos de un drama nacional, pues así como esos pequeños carecen de calor y protección, millones de ecuatorianos viven en la misma orfandad simbólica: sin seguridad que los ampare de la violencia, sin educación que ilumine su futuro, sin salud que cure sus enfermedades. Todo esto en el mismo país donde se desaparecen deudas millonarias con el Estado por arte de magia y se firma contratos millonarios con ciertos medios de comunicación. El mismo frío que cala los huesos de esos niños en el páramo es el mismo que hiela las esperanzas de quienes vemos cómo se desvanece el sueño de un país próspero.
La choza sin electricidad es el símbolo de un proyecto país a oscuras, donde la luz de la justicia y la equidad no llega a todos los rincones ni a todos por igual. Sin embargo, en la resiliencia de estos pequeños, que se aferran a la vida con una fuerza conmovedora, encontramos también el antídoto para nuestra desesperanza. El mensaje que nos dejan es un llamado defender lo que nos pertenece, que el Estado jamás vuelva a ser un Robin Hood a la inversa que les roba a los pobres para darles a los ricos.
Jorge Abad
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