Hace pocos días nos visitó un amigo quiteño, un turista experimentado, que ha recorrido varios países de mundo y todas las ciudades del Ecuador.
En su despedida de Loja, me confesó, casi con asombro, que se marchaba impresionado de nuestra tierra.
– ¿Y qué fue lo que más le impresionó? – le pregunté con curiosidad.
– Su gente, su hospitalidad, su cultura, su música, su lenguaje, sus valles… y el aseo de sus calles y parques.
Guardó silencio unos segundos y, con un dejo de tristeza, añadió:
-Pero hay algo que me lastimó ver: el irrespeto de los peatones a las normas de tránsito. Se cruzan a la mitad de las cuadras, sin mirar, sin respetar las señales, como si las leyes fueran para los otros. Y las consecuencias son las de siempre: caos, peligro y una muestra de falta de civismo.
Sus palabras me dejaron meditando o recapacitando.
¿Por qué ocurre esto en una ciudad tan educada, tan orgullosa de su civismo?
La respuesta, quizás, está en lo que no nos enseñaron con suficiente empeño: la educación y la formación cívica, no solo de los peatones, sino también de quienes deben orientar y hacer respetar las normas.
Porque el respeto- como la limpieza o la cultura (en sentido explicativo)- no se impone: se educa. Y eso quiere decir que esa educación empieza en casa, se refuerza en las aulas y debe sostenerse con el ejemplo y la firmeza de quienes controlan el tránsito. Una reflexión sugerida por la IA: “Padres, maestros y autoridades tienen la responsabilidad compartida de formar ciudadanos conscientes, capaces de entender que cruzar una calle correctamente no es solo una norma, sino un acto de respeto a la vida”. Si queremos una Loja verdaderamente ejemplar, debemos empezar por ahí.
Así lo pienso.
Jaime A. Guzmán R.
jaimeantonio07@hotmail.es