Entre la bruma del miedo y los cantos de sirena de soluciones rápidas, Ecuador, ese gigante de volcanes escribió un capítulo nuevo colectivo con su voto. La consulta popular no fue una batalla, sino un renacer. Y en su corazón, latía un «No» firme y resonante, un rechazo a convertir el suelo sagrado en territorio prestado. El pueblo, con la sabiduría antigua de quien ha aprendido a levantarse de los escombros, se negó a firmar un cheque en blanco.
No fue un grito de aislamiento, sino un canto de soberanía. Como el cóndor que defiende su nido en los riscos más altos, Ecuador dijo que la seguridad no se construye con bases ajenas, sino con la fortaleza de sus propias instituciones. La Constitución, esa carta de amor a la patria tejida con los hilos de la diversidad y la resistencia, fue validada, no por soberbia, sino por la convicción íntima de que nuestra arquitectura legal, aunque perfectible, es el reflejo de un proyecto nacional único, un pacto social que merece ser defendido desde dentro.
Este «No» es un himno a la resiliencia, es la semilla que, tras el invierno de la incertidumbre, germina con más fuerza. El pueblo, en su veredicto sereno, demostró que prefiere el arduo camino de fortalecer lo propio antes que el atajo de entregar su destino. La tierra de Eloy Alfaro, de Manuela Sáenz, vuelve a erguirse, no con las armas del rencor, sino con la herramienta más poderosa: la voluntad inquebrantable de escribir su propia historia. Ecuador no le teme al mundo; le canta al mundo su canción.
Jorge Abad