En estos meses de confinamiento mis nietos se la han pasado leyendo a Mafalda ¡y yo también! Algunas de sus viñetas están en viejos tomos descoloridos y descuajeringados por el uso: en mi familia pasaron de mano en mano desde hace ya tres generaciones.
Buscamos a Mafalda la niña impertinente, que quiso cambiar el mundo con su ternura divertida y su ácida ironía; la buscamos para que nos enseñe a entender los problemas acuciantes de una época con los que ni ella ni nosotros estuvimos conformes; la buscamos para contarle que la seguimos leyendo hoy, no como añoranza de esos años contemporáneos, sino porque la seguimos encontrando vigorosamente actual, rebelde y crítica… “Para mí lo que está mal es que unos pocos tienen mucho, muchos tienen poco y algunos no tienen nada”.
Le he preguntado con curiosidad por qué ella, no ha envejecido como yo, porque no peina canas, ni muestra arrugas como yo; le he preguntado por qué ella aún sigue de pie y desafiante en las calles y plazas del planeta, protestando contra la violencia, el odio y el desbarajuste social. Y me doy cuenta que Mafalda la impertinente y cabreada niña, sigue sin entender ni acomodarse en este mundo caótico. Mafalda levanta sus ojos al cielo para decir en oración: “Y por favor…que se encuentre la cura para las deficiencias en la glándula de la coherencia humana”
Mafalda es ese personaje icónico de nuestros setentas, verdadera heroína del amor y la paz, los derechos humanos, la democracia; aunque nunca logró entender el mundo de los mayores; una niña que ama a los Beatles y una porfiada detractora de la guerra, la Tv, James Bond, su tortuga llamada Burocracia y la horrible sopa.