Cuando el tiempo pasa por nuestro cuerpo siempre deja estragos, y tal vez el cansancio es lo más evidente en el ser humano, pues como diría el pintor quiteño Luigui Stornaiolo: “la vejez es el precio por haber vivido”. Sin embargo, el agotamiento no ha llegado a Fausto Aguirre ni de lejos, muestra de ello son sus editoriales que publica en su cuenta de Facebook “Quijote Ecuatoriano” y sus libros que se suman por docenas.
El aislamiento para él le sirvió mucho más que al resto, aunque se podría decir que siempre vivió aislado, metido entre los libros y la docencia, departiendo tan solo con un reducido círculo de sus amigos y exalumnos que de “cuando en vez” lo visitamos.
“Resarcimiento de la obra de un hombre: Pablo Palacio” es el más reciente trabajo del que he leído algo en un medio de comunicación. Un libro en el que habla del recurrente escritor que ha transitado ya en varios textos de Fausto. Según mi criterio, el estudio del lenguaje y la literatura ocupa el 90% de su trabajo, no por nada se dedicó a la docencia secundaria y universitaria por más de medio siglo en estos temas.
Es increíble ver tanta producción hecha por un solo hombre o una sola mano, y a pesar de su ceguera progresiva. Aunque más admirable es continuar observando a este intelectual privilegiado con la humildad intacta.
La última vez que llegué a su estudio (13 de noviembre de 2018), su monitor de computadora había crecido al igual que sus problemas de salud. Conversamos de nuestros proyectos literarios, él tenía a cuestas la publicación de una obra sobre su madre, me dijo, yo le conté que quería coordinar la publicación de una colección poética de escritores jóvenes de esta ciudad. Para finalizar le obsequié dos libros que había editado, él me regaló los dos más flamantes que había escrito. Cuando me escribió la dedicatoria: “para Marvin Ordóñez, el amigo que aprendió a leer y escribir”, murmuró que revise lo escrito debido a que por su visión podría haber cometido alguna falta ortográfica, yo le mencioné que eso sería tener un lujo.
El 20 de febrero del año pasado fue la última vez que pude verlo a mi maestro, mismo día que recogí la distinción como miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja. Aún conservo una fotografía junto a él en aquel día que también recibió el máximo reconocimiento otorgado por esta entidad. Un galardón más de la infinidad que cuenta.
Fausto, gracias por habernos enseñado tanto a muchas generaciones, espero que tu producción no se detenga y otro día encontrarte con un nuevo libro sobre la mesa.