Hace aproximadamente 8 años el oso Kenay arribó a nuestra ciudad proveniente de un zoológico que no prestaba las condiciones necesarias para su subsistencia. Sin duda su vida fue complicada: desde osezno fue separado de su hábitat por personas inconscientes, además padeció múltiples enfermedades y por su situación de cautiverio no desarrolló las aptitudes de salvajismo y de instinto que en la naturaleza son sinónimos de supervivencia.
Kenay es el resultado de la devastante visión antropocentrista en la cual el ser humano se cree amo y señor de la Pachamama, y en ese contexto la utiliza a conveniencia promoviendo (entre otros problemas) la extracción de especímenes como iguanas, tortugas, loros, osos, etc., con la intención de traficarlos para obtener subproductos a partir de ellos o para simplemente tenerlos como mascotas.
Entorno al tráfico de vida silvestre, la legislación ambiental del Ecuador contempla sanciones que van de 1 a 3 años de privación de libertad y algunos miles de dólares, pese a ello la Autoridad Ambiental Nacional incauta un promedio de 3.000 animales silvestres cada año, muchos de ellos han sufrido graves alteraciones anatómicas y psicológicas y por lo tanto no lograrán ser reinsertados nuevamente en su hábitat natural.
Que el deceso de nuestro amigo Kenay establezca, que mucho más allá de las sanciones, los seres humanos debemos transformar nuestra mentalidad extractivista y generar empatía colectiva hacia nuestros coterráneos los animales silvestres.