
Una sociedad atisbada de individualismo, donde el poder del dinero marca el pulso de la vida diaria, del trabajo, de la educación, de la política, y de la razón. Se es más exitoso cuanto más capital se tiene, y así percibimos a quienes nos quieren gobernar.
Ponderamos con demasía lo material, lo excéntrico, la moda, y denostamos con desamparo lo simbólico y lo real. ¿Pero es verdad que detrás de cada gran fortuna hay un delito? Probablemente.
Esta frase atribuida a Honoré Balzac define críticamente a una sociedad con matices, de la cual hemos aprendido que las grandes fortunas, siempre esconden una historia nefasta y poco alentadora.
La explotación de la clase trabajadora es una realidad que la sabemos pero nos negamos a aceptarla, así como la evasión fiscal, tributaria o de seguridad social. Y no es menos mentira que los grandes imperios se han logrado en colusión con los gobiernos corruptos y a costa de la intromisión de los reconocidos sectores económicos, en las altas esferas de la política nacional.
Ahora mismo nos gobierna una clase política que se dice de “alcurnia”, que maneja los hilos de nuestra nación, pero entrelazan esos hilos con los de sus bancos, sus empresas o sus canales de televisión.
Pero el opresor no sería tan fuerte sino tuviera cómplices entre los propios oprimidos, y vemos que la gente olvida pronto y critica menos, y de la nada ahora piensan nuevamente que la misma clase dorada es la alternativa otra vez. Y te apantallan con shows, con sonido, con comida, con dinero, y poco a poco olvidas lo importante y consumes lo insignificante. Porque saben que, si los pobres están distraídos, los ricos no tienen nada que temer.
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