Agua en un desierto

Han sido muchos y largos los años de peregrinación en el desierto para nuestra Loja y especialmente para los barrios que se extienden a lo largo de las colinas occidentales y orientales. Líderes y lideresas han levantado sus báculos prometiendo el agua anhelada, trazando grandes planes para el abastecimiento, señalando duras críticas a los intentos fallidos, y parchando mal o bien las maltrechas tuberías. El hecho cierto es que nos hemos convertido en un pueblo beduino que solo disfruta esporádicamente del agua. Aceptamos los cortes como un suceso común y corriente de la vida y contamos entre las pequeñas alegrías cotidianas el regreso del agua corriente después de una prolongada ausencia. Hace pocos días esa gran tubería inútil sufrió uno más de sus desastres y, para colmo, en el tramo que corresponde a un área protegida, con lo que no puede repararse con máquinas sino al estilo los arquitectos de las pirámides, con fuerza humana. No se sabe bien si es mayor tontería el hacer pasar la tubería por un lugar inaccesible o evitar el uso de maquinaria en un sitio en el que se han usado ya todo tipo herramientas técnicas. Como quiera que sea ha llegado el momento de enfrentar el problema. Voces alarmadas conjeturan el gran costo que tendría una solución de largo plazo y estiman imposible su realización, aunque olvidan que cualquier costo es nimio frente a las grandes necesidades de la ciudadanía. Habría que decir además que la escasez de agua corre pareja con la escasez de ideas. Cosa extraña en la ciudad del emprendimiento, de las «startups», de las «spin-offs», de los muchos técnicos y académicos y sobre todo de los elocuentes, dignos y elegantes concejales que al parecer guardan en sus pecheras un problema para cada solución.

Carlos García Torres

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