Adicto a las ‘puercas’

La competencia de las vendedoras en Loja era dura en ese entonces, porque cada quien había adquirido fama y clientela propia.

La venta de las figuras se cumple desde hace años. Hoy se ha extendido a otras partes de la ciudad.
La venta de las figuras se cumple desde hace años. Hoy se ha extendido a otras partes de la ciudad.

(William Brayanes) Éramos aún mocosos, quienes, con las narices aplastadas al filo de la mesa, y la boca haciéndosenos agua, mirábamos con deleite las afamadas “puercas” y “guaguas” de pan que en el barrio Santo Domingo la señora Esthercita había preparado con gran esmero y secreta sazón.

Firmes como centinelas

Allí nos situábamos, quietecitos, firmes como centinelas,   embriagados por la fragancia propia del  pan fresco, o de  ingredientes como  la canela,   el clavo  de olor y, sobre todo, la famosa agua de ámbar que se adquiría en el convento de las  Concepcionistas.  Sí,  allí permanecíamos,  de pies, aguardando el instante supremo en que empezaba la repartición. “A ver muchachos, tomen y váyanse a comer en otro lado, sin pelear” -nos decía la Esthercita-  mientras ponía en nuestras manos, una chanchita de pan y un jarro de colada morada.

Fanesca, Navidad, caramelos

Cada uno o dos de noviembre se repetía la historia, por eso esperábamos la fecha con la misma expectativa de Semana Santa en que nos convidaba la fanesca, o los caramelos en Navidad. Y no es que nos entusiasmara recordar a los difuntos, sino que era la ocasión propicia en que podíamos   servirnos gratis y pedacito a pedacito –de la cabeza al rabito-  tan deliciosas “puercas”. 

Por eso, adictos como éramos a esos manjares,  acostumbrábamos también a  salir en gallada, a darnos  una vuelta por el   parque central, en  cuyo portal  se apostaban   una tras otra, sendas mesas cubiertas por manteles, y al pie de ellas, las vendedoras anunciando  su producto. “Venga, venga, pruebe las figuras”… “Sí hay puerquitas… sí hay colada morada…  venga”. 

Claro que como aún no manejábamos dinero, nunca faltó la audacia de alguno de la jorga, que, aprovechando la aglomeración del gentío, el descuido y hasta la buena fe de la dueña, se sustraía una “puerca”, la misma que cuadras más allá disfrutábamos a placer, sin remordimiento de conciencia, pese a que nuestros mayores siempre nos decían que lo robado jamás nos serviría de provecho. Y  era verdad  esa sentencia,  porque a mí, en lo personal, media hora después me empezaba a crujir el estómago.

Competencia por la clientela

La competencia de las vendedoras en Loja era dura en ese entonces, porque cada quien había adquirido fama y clientela propia. Yo me daba cuenta de aquello porque escuchaba las charlas de mi padre con alguno de sus amigos, cuando intentaba ponerse de acuerdo en qué familias tenían mejor sazón, si las Ruiz, las Castro y las Silva, o las Jaramillo, las Arciniegas, o las “champanes” Valarezo, entre otras. Por eso cuando nos enviaban a comprar, nos recomendaban: “pero traerás las puercas de la fulanita tal…  Caso contrario de un tirón de orejas, o un buen coscorrón, nos enviaban a devolver.  

El tiempo ha seguido su infalible marcha y de las tradiciones que aún se guardan, continúa ésta   de las “guaguas” las figuras y la colada morada, aunque ahora ya se escucha menos que tales comestibles sirvan para hacer compadres, o para llevarlos a compartir en el cementerio, bajo la creencia de que los muertitos también tienen hambre, tanto o más que muchos vivos.

En fin, volviendo al tema central de las “puercas”, sigo declarándome un adepto a su consumo, por ello no pierdo la costumbre en fechas como éstas, de saborearlas, acompañadas del tradicional vaso de colada morada. Y claro, tengo mi vendedora predilecta, que no bien me descubre entre la muchedumbre, me llama con el típico: “venga SUQUITO para que pruebe… venga …”

PARA SABER

El tiempo ha seguido su infalible marcha y de las tradiciones que aún se guardan, continúa ésta de las “guaguas”.